| Carlos Alonso |
Cuando pienso en la palabra héroe la
asocio inmediatamente con Superman, posiblemente porque fue una especie
de icono para los de mi generación, o porque tampoco he conocido a
ninguno tan contundente desde entonces, o será porque bien entrado en la
cuarentena es difícil de que la palabra tenga pleno sentido. Sea como
fuere, la sociedad ha fabricado en los últimos años otro término que sin
ser lo mismo, viene a definir a alguien que es especialmente bueno en
algo, que goza de cierta admiración, y al que denominamos: crack.
Hay muchos tipos de cracks. Tenemos
cracks en la política, aquellos que les pagamos para estafar a los
ciudadanos. Tenemos cracks en las casas reales, aquellos que sin pegar
un palo al agua pretenden hacerse ricos a costa de hacer uso de su
poderosa influencia. Tenemos cracks que se presentan a un reality en
tv y les pagan más de cincuenta mil euros a la semana por estar
tumbados en un sofá. A algunos de ellos les sale bien, pero a otros la
justicia y la sociedad les acaba poniendo en su sitio.
Hay otro de tipo de cracks que nos lo
dan todo y al cabo de un tiempo nos lo quitan todo. Uno de ellos es
Lance Armstrong, el que ganó siete veces consecutivas el Tour de Francia
entre 1999 y 2005, que superó un cáncer de testículo, y que un día se
derritió de nuestras mentes cuando nos dijo que se había dopado para
lograr todos esos éxitos deportivos.
Pero afortunadamente existen los cracks
de verdad: Alexander Fleming, que descubrió la penicilina; Benjamin
Franklin, que descubrió la electricidad; Johannes Gutenberg, que
descubrió la imprenta… Para mí, esos si que merecen ser llamados cracks
porque aportaron con su sacrificio y convicciones cosas positivas a la
humanidad. Son cracks que están a una enorme distancia de los que se
creen que son cracks porque tienen mucha pasta y ostentan con ella, y
que emplean toda su energía en sacar brillo a su insaciable ego o en
repeinar con gomina sus “privilegiados” cabezones.
Aunque existe un tipo de cracks
silenciosos, humildes, que ayudan a los demás en lo que pueden… y que
suelen ser anónimos. Son personas normales y corrientes de los que se
aprende, que te hacen la vida más agradable y que siempre te dejan
huella. Son éticos y no defraudan.
En una sociedad en la que por momentos
vemos que pierde valores, que premia al famosillo de tres al cuarto, que
permite que el jeta tenga escapatorias legales… es un alivio pensar que
aunque no sean héroes ni cracks, existe un montón de tipos y tipas
estupendos que hacen que la vida sea fantástica cuando los conoces
porque se dedican a llevar bien su vida y a aportar cosas positivas a
los demás. Esos sí son los que vale la pena buscar, ¿no creéis?
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