En gran medida es cierto, pero hay otro factor que no se suele tener en cuenta. La antigüedad que se tiene en la misma empresa.
Cuando se acaba de aterrizar en una empresa todo es entusiasmo. Pero
poco a poco se empiezan a ver aspectos que ya no gustan tanto. Ninguna organización es perfecta.
A la vez ha pasado el tiempo y no se
valora lo que se tenía en el trabajo anterior. Se olvidan los motivos
que impulsaron a cambiar de empleo o los que convencieron para aceptar
el actual. Seguramente se estaba en una situación peor, ya sea por
salario o condiciones laborales que en el empleo actual.
Es lo que puede llamar la fase de acomodación al nuevo trabajo.
Ya no se valoran tanto las condiciones, que entendemos como
consolidadas, el ambiente ya que se han olvidado los problemas que
suponía el anterior empleo o, si se viene del paro, de lo que supuso el
hecho de ser contratado. Uno ya se siente seguro en el trabajo y
pretende que se mejoren las condiciones.
Por eso aunque exista un buen ambiente
laboral no se va a mejorar de forma notable la productividad. Falta esa
motivación inicial que impulsaba a dar lo mejor de cada uno y se empieza
a dejar llevar. Esto no implica que el buen ambiente laboral no sea
necesario.
Trabajar en un lugar donde los problemas son continuos puede convertirse en un infierno.
Para el trabajador, pero también para la empresa, que tendrá un índice
de rotación en su plantilla muy elevado. Esto es algo a evitar a toda
costa. Es bueno que nuestros empleados estén contentos y hay que
trabajar por ayudarles a que puedan desarrollar su labor de la mejor
forma posible.
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