La secuela de 'Blade Runner' nos deja interesantes
reflexiones sobre la inteligencia artificial y el uso de la memoria en las
empresas
Poco antes de ver Blade Runner 2049 cayó en mis manos la
portada de la revista The New Yorker de octubre. En la misma, en una avenida
urbana, entre los escaparates, un mendigo humano sentado en el suelo pide
limosna con una taza de café a los paseantes que son robots camino de sus
trabajos. Estos transeúntes podían ser muy bien los nexus protagonistas de la
película que nos ocupa, ya que su tesis, esbozada en la primera entrega, es que
la inteligencia artificial (IA) acaba imponiéndose a nuestra humana inteligencia,
cuando un nuevo blade runner, K -Ryan Gosling- descubre un secreto que podría
acabar con el caos que impera en la sociedad. La IA aparece aquí a la vez como
remedio y causa de nuestros problemas. El descubrimiento de K le lleva a
iniciar la búsqueda de Rick Deckard -Harrison Ford-, un blade runner al que se
le perdió la pista hace 30 años.
En ese sentido, nuestra película no anda desencaminada. Si
hace un año se publicaba que un programa desarrollado por Google DeepMind había
conseguido vencer, por primera vez, a un campeón profesional del milenario
juego del Go, un año después, hace apenas cinco días, leemos que otro programa
de Google ha sido capaz de enseñarse a sí mismo a jugar al Go de forma
imbatible y sin intervención humana en tan solo tres días. Como para tomar nota
de lo que se avecina para antes de ese 2049 a que apunta la nueva versión de
Blade Runner.
Pero además del acelerado desarrollo de la IA, la película
nos vuelve a recordar el problema de la falta de genuina memoria individual en
la población de los replicantes, incluyendo a Harrison Ford. Y ese tema central
nos permite una reflexión en paralelo sobre la creciente importancia de la
conservación y gestión de la memoria en nuestras organizaciones. En efecto,
encuadrada en el campo de la gestión del conocimiento, el concepto de memoria
organizacional (OM) incluye el conjunto de datos, información y conocimientos
creados a lo largo de una vida profesional en una organización dada. Y como
tal, posee en nuestras empresas dos repositorios: los archivos organizacionales
por un lado y las memorias de los empleados, por otro. Una memoria
organizacional que va a resultar clave en los nuevos planteamientos del design
thinking y la transformación digital que ya están entre nosotros.
Ciñéndonos, como en la película, al nivel de la memoria
individual de los empleados -que incluye conocimiento y experiencias del pasado
y como tal suponen una parte importante del capital intelectual (CI) de una
empresa dada- su correcta o incorrecta gestión tendrá un considerable impacto
en la cuenta de resultados anual. Porque, como sucedía ya en Blade Runner, nada
nos asegura que se ejerza correctamente esa memoria.
En efecto, nuestra memoria profesional puede, como en los
protagonistas de nuestra película, sufrir varias distorsiones que Daniel
Schacter resume en Los 7 pecados de la memoria que son básicamente tiempo,
distracción, bloqueo, atribución errónea, sugestibilidad, propensión y
persistencia. Justo, si nos fijamos bien, los accidentes de la memoria
impostada que vemos en los replicantes y blade runners de la película.
Y creo que aquí radica el valor formativo de esta secuela.
Ayudar a preguntarnos cómo recuerdan nuestras organizaciones y si esos
recuerdos son verdaderos o no. De la respuesta que demos dependerá en gran
parte la capacidad de aprendizaje e innovación de nuestras empresas. Como dando
razón, también organizacional, al verso sabio de Eliot: "Time present and
time past, are both perhaps present in time future. And time future contained
in time past". No es poca cosa.
Ignacio García de Leániz Caprile es profesor de RRHH en la
Universidad de Alcalá de Henares
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