Alejandro III de Macedonia, más conocido como Alejandro Magno,
es uno de los personajes más estudiados y seguidos de la Historia. Su
vida está rodeada de leyenda. Alejandro accedió al trono a la edad de 20
años en el 336 a. C., tras el asesinato de su padre Filipo II.
Previamente, el monarca se preocupó por darle la mejor formación a su hijo, procurándole una vasta experiencia militar y encomendando nada menos que a Aristóteles su formación intelectual.
Alejandro Magno estuvo los primeros años de su reinado conteniendo a los
pueblos sometidos a Macedonia, que decidieron aprovechar la muerte de
Filipo para rebelarse. Una vez impuesta su autoridad puso en marcha la campaña que le dio fama e inició una política expansiva
que le llevó a conquistar Persia, Anatolia, Fenicia, Gaza, Siria,
Egipto, Judea y otras muchas regiones. La ampliación de las fronteras de
su imperio parecía no tener límites.
¿Y cómo lo consiguió? ¿Cómo logró llegar
tan lejos e imponerse a sus enemigos con un ejército relativamente
pequeño? Alejandro, como gran estratega que era, sabía
cómo organizar los recursos con los que contaba y dónde introducir las
innovaciones militares, las cuales le proporcionaban una serie de ventajas añadidas. Este conocimiento técnico fue básico para la gestión de sus equipos, pero había algo más.
Alejandro Magno tenía visión y una gran confianza en sí mismo. Él se veía como una persona capacitada, tenía ganas de trascender y ese compromiso
consigo mismo le ayudaba a relativizar los obstáculos que encontraba a
su paso. Ese convencimiento que tenía acerca de sus capacidades le
otorgaba un gran carisma. Además, la fe en que sus sueños se iban a cumplir le impedía decaer. Esta forma de ver la vida se contagiaba a sus ejércitos.
Cuentan las crónicas de la época que durante una de sus conquistas, con
el fin de alentar a sus hombres, ya cansados, a que continuasen quemó las naves
para que no contemplaran la opción de volver atrás. Sin transporte para
hacerse de nuevo a la mar y regresar a casa su ejército vio que la
única alternativa de supervivencia era luchar para vencer.
Esta anécdota histórica se utiliza como
metáfora para explicar que una de las formas más efectivas para
superarnos, llegar a cotas más altas y alcanzar grandes logros es
quemando nuestras propias naves. Hay que dejar atrás lo que nos impide
sacar la mejor versión de nosotros mismos, lo que nos
frena y no nos deja desplegar nuestras alas, hay que dejar de lado
nuestras inseguridades y miedos con el fin de salir de nuestra zona de
comodidad y entrar en el terreno desconocido, pero lleno de oportunidades, que está formado por la mágica zona de crecimiento. ¿Te decides a quemar tus naves?
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