El hombre siempre ha querido mejorar en
todos los sentidos, prueba de ello es que las grandes comodidades y
avances de que goza nuestra sociedad son fruto de la evolución y la
voluntad de muchas personas que han tenido este leitmotiv. Pero
cuando nos referimos a mejorar en una actividad profesional, hay veces
que nos faltan conocimientos para saber con claridad qué es lo que nos
impide hacerlo o si más que mejorar lo que necesitamos es llegar más
lejos, con visiones más globales.
En los entornos empresariales mucha
veces nos encontramos con este problema, que a la postre es lo que las
impide crecer. De este modo, hay empresas que tienen buenos productos,
buenos sistemas de producción, incluso buenos expertos en las diversas
áreas funcionales del negocio… ¡vaya!, que son organizaciones en las que
se logra innovar a base de todo ello, pero en las que no se consigue
llegar más lejos. Son empresas en las que con estas actuaciones
básicamente se defiende la posición que ostentan en el mercado, pero en
ningún conseguirán superarla.
Y es que con las empresas sucede lo
mismo que con las personas, la repetición a la hora de hacer las cosas
nos permite mejorar en su ejecución, pero en ningún caso nos permite
llegar mas lejos. Para llegar más lejos hay que estar motivado y tener
una visión zenital de las cosas.
Las personas queremos estar con personas
positivas y a los empleados de las organizaciones les sucede lo mismo,
quieren que les dirijan personas que les ayuden a sacar lo mejor que
llevan dentro y personas que les sepan motivar. De ahí que convendría
explicar con profundidad en las escuelas de negocios y en la universidad
qué es eso de la motivación. Y es que en base a este concepto, existen
dos tipos de líderes: los que arrastran y a los que se le obedece por
aquello tan triste de los galones. No todo el mundo puede dirigir a un
grupo de personas y seguimos viendo este error en muchas empresas. Hay
personas que tienen capacidades para decidir sobre temas técnicos
empresarial, pero estas mismas personas muchas veces no son las
adecuadas para que los equipos las ejecuten con el compromiso y la
convicción necesaria. Regalar una promoción a alguien que no cumple este
requisito es condenar a la empresa a un fracaso seguro. Para ello es
fundamental tener claro si las personas que tenemos siempre en los
puestos clave de la organización hacen que les llegue sangre a todos los
miembros de la base, si hacen que el preciado elixir de la motivación
corra por sus venas de manera desmedida.
Lejos quedan ya los tiempos en que las
actitudes positivas eran atributos exclusivos de los chicos del
departamento comercial. Ahora somos un poco más conscientes de que la
mala actitud de una sola persona tiene un impacto importante en aquellas
compañías con aspiraciones de liderazgo y ya no digamos en pequeñas
organizaciones, aquellas en las que lo del buen rollo es un plus clave
que compensa muchas veces el tener un sueldo inferior o hacer más hora
que el tato. Y es que no es lo mismo ser la empresa que más factura de
un sector, que ser considerada la mejor empresa del mismo.
A este problema le quiero llamar la miopía de la motivación, que es lo que hace que, tal y como explico en mi último libro El poder la actitud, unos suban cualquier montaña y otros no puedan subir ni la escalera de su casa.
Este verano pasado tuve una clara prueba
de ello. Uno de nuestros vecinos en la urbanización donde nos quedamos
invitó a su padre a pasar unos días, el señor en cuestión tiene 92 años y
,ni corto ni perezoso, iba cada día a la playa caminando, la cual se
encuentra a unos tres kilómetros de distancia. Cuando tuve la ocasión de
preguntarle sobre cómo lo conseguía me dijo que donde no llegaba su
cuerpo hacía tiempo que sabía que podía llegar gracias a su mente. Desde
entonces, tengo más claro que unas veces tenemos que saber mejorar y
otras, la mayoría, en la que lo importante es llegar más lejos con
ilusión, ¿no creéis?
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