miércoles, 6 de septiembre de 2017

No te lo tomes a broma, estrechar la mano es un asunto muy serio


Qué desagradable es estrechar una mano con firmeza y no encontrar una respuesta a la altura. Normalmente no pasa, la verdad, pero cuando ocurre se te hunde el ánimo y se te ablanda el corazón de la peor manera posible. Dar la mano es como la primera frase de un libro y, si con ella empezamos mal, poco podremos hacer en adelante; por eso siempre hay que cuidar las formas y ajustar la intensidad, creando una atmósfera perfecta que oscile entre la confianza y el respeto. 


No son pocos los que han intentado hacer negocio con esto de los saludos. La compañía Chevrolet, por ejemplo, anunció en 2015 que había encontrado la fórmula secreta para estrechar la mano de una manera perfecta. Se trataba de un algoritmo con más de 12 variables que, en apariencia, haría que nadie más volviese a dar un apretón de manos sin sustancia, enseñándonos el tipo de sonrisa que había que poner para hacerlo, la sequedad que tenía que tener la palma de nuestra mano o la fuerza recomendable que tendríamos que aplicar. No obstante, a día de hoy, esta sigue siendo la asignatura pendiente de unos cuantos. 



Tal y como afirma un artículo publicado por The Atlantic, muchos historiadores creen que el apretón de manos no se originó como un saludo, sino como un sistema para garantizar la tranquilidad y la seguridad mutua. Es como un código comunicativo que nos hace confiar en los demás; al fin y al cabo, nadie podría sacarte un arma teniendo las manos ocupadas. Sin embargo, esta no es la única teoría. 




Según los investigadores del Weizmann Institute of Science, el origen del apretón de manos tiene que ver con el sentido del olfato, ya que funcionaría como excusa para analizar (de manera casi involuntaria) los componentes químicos del resto de personas. En el estudio realizado, los científicos se quedaron impresionados porque la gente tendía a oler la palma de sus manos después de estrecharla con la de sus compañeros. Además, por si esto fuera poco, solían olfatear la mano derecha si se trataba de personas del mismo sexo, y la izquierda si se trataba de personas del sexo opuesto. 


Quitando las particularidades analizadas, el olfato siempre ha participado en los rituales más íntimos del ser humano; especialmente en aquellos relacionados con el saludo. Dependiendo del país se utiliza más o menos, pero no hay duda de que siempre cobra una importancia capital. Por ejemplo, en el caso de los Inuits, que se dan la bienvenida presionando la nariz contra la piel del otro e inhalando, es evidente; al igual que pasa en los países en los que se da uno o dos besos como muestra de cariño. Es más, según el mismo artículo que antes mencionábamos, muchos antropólogos creen que el apretón de manos y los besos podrían venir del mismo impulso; y que, probablemente, mucho antes de dar besos con los labios, el afecto se transmitía con la nariz. 



Sea como fuere, nada de esto alivia la sensación que deja una mano flácida y chiclosa. Bastante sufrimos ya estrechándole la mano al viento como para tener que oler su débil aroma. Si alguien quiere empezar con buen pie, ya sabe: apriete con seguridad y con fuerza –pero sin pasarse-, que el resto ya vendrá rodado.


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