Por LISANDRO MONTERO
Para los ceremonialistas -o protocolistas como le empiezan a llamar
nuestros hermanos españoles-, el objeto de estudio es la persona y su
rol en la sociedad, dentro del conjunto de personas que participan de un
acto, independientemente de la ponderación que se hubiera efectuado
previamente del sector que fueran a ocupar.
Es así que para vislumbrar la ubicación de cada persona, debemos
comenzar clasificando los sectores que serán destinados para tal fin.
Esta clasificación se realiza sobre la base del establecimiento de la
orientación del acto, el centro métrico y, consecuentemente, la derecha
protocolar.
Hecho esto, nos encontramos en condiciones de comenzar a diagramar el escenario.
Podría manifestarse que nuestro objetivo será realzar la figura del
anfitrión y su invitado de honor y otorgar a cada persona, de acuerdo al
rol desempeñado en la sociedad, el lugar que le corresponda según el
protocolo vigente, promoviendo espacios agradables y propicios para
desarrollar y fortalecer vínculos.
Dicho así, pareciera ser una tarea que concluye en el mismo momento
que comienza el acto, pero muy alejado de ello es en realidad.
Los ceremonialistas somos los encargados de velar en todo momento que
ningún detalle quede librado al azar. Cualquier detalle atendido a
destiempo puede hacer fracasar la consecución de nuestros objetivos. Que
sólo uno de los invitados se lleve una mala impresión de su visita, ya
es un llamado de atención.
Debemos ser observadores comprometidos y responsables con la tarea,
manteniendo siempre atenta la mirada sensible que permite anticiparnos a
una contingencia. Y agrego, en los sectores más conspicuos, como en los
que no lo son tanto…
La sensibilidad, la propensión a detectar aquello que transcurre de
acuerdo a lo planificado, y aquello que presenta desvíos, nos permiten
controlar la situación y saber, en caso de ser necesario, en qué momento
debemos hacer uso de nuestra calidad de “invisibilidad” para
destacarnos e interponer alguna acción correctiva, ante una situación
que lo amerite.
Del Diccionario de la Real Academia Española extraigo una de las acepciones del término sensibilidad,
y cito: “Capacidad de respuesta a muy pequeñas excitaciones, estímulos o
causas”. Este es el sentido del que me valgo para expresar el concepto
que intento transmitir.
La planificación y la observación sensible de la situación, nos harán protocolistas distintos. Ni mejores ni peores; distintos.
Siempre que nuestro trabajo sea planificado, conociendo parámetros y
variables -controlables e incontrolables- con las que contamos o
podríamos contar y discutiendo acciones preventivas -entre otras
instancias-, estaremos aumentando las probabilidades de cumplir con
éxito nuestros objetivos.
Si a esto le agregamos, además, la aplicación de nuestra sensibilidad
profesional, entendida como todo aquello que excede a lo que podría
esperarse de nosotros en el desarrollo de nuestras funciones, estaremos
agregando valor a nuestra tarea.
La sensibilidad profesional nos permite agregar valor a nuestra función, y esto nos hace diferentes.
Recordemos siempre que el desarrollo de nuestras funciones
profesionales habla de nosotros mismos y nuestros empleadores y,
transitivamente, de nuestra profesión.
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