Entre
los años ochenta y noventa se pusieron de moda los reproductores de
video, VHS, los cuales tenían tres teclas básicas de uso: play, pause y
stop. Lamentablemente aquellos artilugios disponían de otras muchas
opciones, pero el ejército de analfabetos tecnológicos, en el que pese a
mi corta edad por aquel entonces me incluía, no solíamos tener una
especial atracción por el resto de posibilidades que aquellas máquinas
nos proporcionaban. Y curiosamente de ahí hemos pasado a una sociedad
ultra tecnológica, en la que como dice el refrán: el más tonto hace
relojes, que viene a ser algo así como que estamos en un momento que la
mayoría sabe bastante más que lo básico en cuestión de dispositivos de
todo tipo.
Pero hoy no quiero hablaros de
tecnología, quiero hacer un símil con el concepto PAUSE, que era aquella
tecla que esporádicamente se solía pulsar cuando queríamos interrumpir
el visionado de una película por unos minutos. Y esa tecla del PAUSE en
nuestras vida seguimos utilizándola más bien poco, sucumbiendo al horror
de las prisas en la mayoría de actividades que hacemos. Posiblemente
ello se debe a que hacemos más cosas de las que podemos, pero me inclino
más a pensar que es debido a que no sabemos asignar los tiempos
adecuados a las cosas. De este modo, no es lo mismo leer un libro en el
metro, que está muy bien para aprovechar el tiempo, que leerlo
plácidamente en un sofá con total tranquilidad. Ni tampoco es lo mismo
tener una conversación acelerada que disponer de un buen rato para
disfrutar de un diálogo más profundo y pausado con las personas que
queremos. Tampoco es lo mismo llegar a un partido de baloncesto justo
cuando empieza, que ir con tu hijo media hora antes, comprar unos
refrescos y palomitas, y disfrutar del colorido de los minutos previos
al encuentro. Tampoco es lo mismo visitar una ciudad de manera
maratoniana, que maravillarnos con lo fundamental, disfrutando del
entorno y sus gentes en el intento.
Tampoco tiene mucho sentido llevar tres
relojes, el de muñeca, el del móvil y el del coche o la moto, y llegar
tarde a los sitios. Quizás tendríamos que recibir una educación en la
que nos enseñen a que cada cosa tiene un tiempo, un momento… y que es un
error ver la vida pasar sin saber ponderar adecuadamente lo que es
importante y lo que no lo es, que es lo que hay detrás de ese mal uso de
los tiempos.
En todo ello, no deja de ser aún más
paradójico que nos esforcemos por controlar y medir todo cuanto podemos
en nuestra sociedad. Y en ese empeño, una vez más nos hemos vuelto a
olvidar de nosotros. Pero lleva arreglo, no os preocupéis, una buena
dosis de disciplina lo cura de raíz… Yo, por ejemplo, pese a que hoy
tengo una mañana muy liada, no me da la gana de renunciar a escribiros
este artículo, porque lo importante siempre son las personas, vosotros,
mis lectores y la gente que quiero, y lo demás son chorradas de agendas
que nos empeñamos en rellenar de cosas que nos roban el tiempo a lo
realmente importante de verdad, que es vivir acariciando los segundos,
¿no creéis?
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