Esta película, adaptación de la obra teatral de Antonio
Tabares, refleja la crudeza de las relaciones laborales llevadas al límite
Se suele decir que el dinero no da la felicidad. Tampoco el
poder, la ambición y la prepotencia son los mejores consejeros para alcanzarla
cuando se llega a lo más alto de la carrera profesional. Lo peor de este estado
de inconsciencia laboral es que los que mandan se convierten en ejecutores de
resultados de negocio. Ejecutores porque no gestionan, actúan para cuadrar
balances imposibles. Quienes trabajan a su cargo son tuercas de una cadena de
producción bien engrasada que no puede detenerse... o quizá sí. La punta del
iceberg muestra el escenario desolador de estas empresas desalmadas porque,
como asegura Carlos Fresno -Fernando Cayo-, director de la sede de esta
multinacional imaginaria, "la gente trabaja mejor bajo presión". Lo
que sucede es que a veces la presión rompe la máquina.
Dirigida por David Cánovas -también director de los Archivos
del Ministerio del Tiempo, making of de la serie homónima de TVE-, la película
está inspirada en los 35 suicidios que hubo entre los empleados de France
Télécom en el 2012 y por los que la empresa fue imputada por acoso. En La punta
del iceberg son tres los gerentes que se han quitado la vida en un período de
cinco meses. Tienen algo más en común: trabajan en el mismo proyecto, Iceberg,
y comparten el mismo jefe, Fresno. En la central escogen a Sofía Cuevas
-Maribel Verdú-, para que investigue los suicidios. Esta ejecutiva tiene quince
años de experiencia en la compañía; fría, calculadora, obsesionada por su
trabajo, despidió a su cuñada, lo que la convierte en la candidata perfecta.
"Soy experta en balances, no se me dan bien las relaciones
personales", alega para rechazar la misión. "Por eso
precisamente", le responde Enzo -Carlo D'Ursi- uno de sus jefes.
Trabajo y amistad
A partir de este momento presenciamos una evolución del
personaje que interpreta Verdú: se humaniza, mientras todo a su alrededor se
desmorona. Al principio asume su tarea como parte de su trabajo, pero poco a
poco se sumerge en la historia personal de cada uno de los empleados y la hace
propia. Descubre que los horarios son imposibles y que en esa sede no queda ni
rastro de lo que ella vivió allí en sus inicios. Fresno parece ser el culpable.
"Tienes que echarle. Los objetivos de Fresno son imposibles", le
espeta Alejandro -Carmelo Gómez-, presidente del comité de empresa, a una Sofía
que no duda un segundo en darle la réplica perfecta: "¡Pero ha reflotado
la compañía cuando todo el sector está en números rojos!". "Sofía,
antes eras de otra manera", le responde. Ambos fueron compañeros hace
años, cuando el trabajo era un medio y no un fin para vivir, cuando las
relaciones laborales se hacían personales de verdad, no poner el árbol en la
oficina cuando llega la Navidad. Eso no hace equipo.
¿De verdad puede llevar al suidicio una situación laboral?
¿Qué tipo de presión puede intoxicar al ser humano para llegar a ese punto?
Marcelo Miralles -Ginés García Millán-, uno de los suicidas, se lanzó desde un
quinto piso: "Ningún trabajo merece la pena que te dejes la piel en él.
Primero porque te vendes demasiado barato, y luego por que terminas vendiendo a
los demás". La cuestión es quién vende a quién. En un momento en el que
las relaciones laborales entre empresa y trabajador difieren de los contratos
al uso, aún quedan profesionales que continúan anclados a la seguridad que
proporciona un puesto con un sueldo a fin de mes... Ajustan su vida a ese
confort y temen perderlo. En ese panorama los que mandan suelen ser legión: se
afianzan en su puesto y presionan a los que tienen a su cargo, porque saben que
ellos son los que hacen posible un estatus al que no quieren renunciar.
La punta del iceberg es el reflejo fidedigno de las empresas
sin alma, una ficción que poco a poco se aleja de la realidad. Porque, eso de
que el trabajo perjudica seriamente la salud, puede no ser cierto. A menudo
preguntarse por qué trabajamos y responder con sinceridad es la respuesta que
nos hace libres.
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