Dicen que la adversidad que atravesamos
es consecuencia de una crisis de valores. En paralelo y en numerosos
discursos en distintos ámbitos hay una permanente llamada en este
sentido: ¡Hacen falta valores! ¡Necesitamos volver a los valores!
¡Tenemos que recuperar los valores! …Pero, ¿sabemos cómo nos impactan?
¿Estamos dispuestos a modificar nuestros comportamientos, nuestras
actitudes y ambiciones?
Desconocemos dónde están y que forma
tienen los valores. Nadie puede comprarlos, ni sabemos su precio. Lo que
sí conocemos es el coste que estamos pagando por haberlos dejado de
lado. Como un ejercicio voluntarista, vemos empresas que se apoyan en la
gestión por valores con la intención de vertebrar de alguna forma la
cultura interna hacia una rectitud corporativa en el desempeño de la
actividad profesional e industrial que desarrollan. En ocasiones los
vemos enmarcados y colgados a la entrada del edificio o en los
ascensores, y estos valores, que encuentro artificiales, me llevan a
pensar… ¡Soñaba el ciego que veía y eran las ganas que tenía!
Los valores en la
sociedad empresarial siguen siendo tema de conversación, pero solo tema
de conversación. Creo que falta entrar en acción a fondo. Bastará con
que gestionemos nuestros negocios, empresas y organizaciones como si se
tratase de nuestra única y más valiosa oportunidad de causar una buena e
inmejorable impresión en todo aquel con el que tratamos diariamente:
equipos, compañeros, clientes, proveedores y colaboradores para que
veamos su efecto. Ofrezcamos un trato a nuestros interlocutores como si
nunca fuésemos a tener una segunda oportunidad para esa ocasión en la
que estamos inmersos. Para ello propongo nueve valores: honestidad,
honradez, coherencia, integridad, humildad, responsabilidad,
generosidad, aceptación y lealtad.
Comencemos despegando con la honestidad, que es ser sincero con uno mismo y además tener una intención limpia. Sigamos con la honradez,
que es ser sincero y limpio de intención pero en este caso con el otro,
con aquel con el que nos relacionamos. Para abundar en los valores,
debemos entrar en la humildad que, bien entendida, pasa
por decir la verdad sobre uno mismo, el propio negocio o la función que
desempeñemos, siempre sin apariencias, reconociendo lo sombrío o
mejorable si hace falta y aportando con llana generosidad lo brillante de nuestras capacidades o habilidades de gestión.
Volver a los valores pasa por ser
generoso, pero generoso de uno mismo, con independencia de que tengamos
más o menos medios materiales y/o económicos. Entregar la mejor actitud,
la mejor escucha, la mejor capacidad de comprensión, también pasa por
entregar la mejor exigencia personal y profesional, la que nos convierte
en ejemplo para los demás. Una persona que es ingeniosa, ingenia; una
persona que es generosa, genera. Generemos con ingenio ese ámbito de valores que tanto echamos de menos.
En este ejercicio de volver a los
valores nos encontramos de frente con el ego. La pose que nos impide
vivir desde la naturalidad de nuestro ser. El ego es enemigo directo de los valores, pues se los salta para poder existir.
El ego es una falsa existencia que desgasta al que lo enarbola y además
lo conduce a la ansiedad. Es una falsa identidad construida sobre
mentiras y falsedades que han de ser mantenidas en el tiempo con
esfuerzo y artificio por miedo a ser descubierto. El ego no dice la
verdad de uno mismo ni dice la verdad a los demás. Lejos de generar
algo, lo que hace es succionar y debilitar. Lejos de aportar, lo que
hace es llevarse para sí algo engañosamente merecido, arrebatándoselo a
los demás y argumentándolo como justificable.
Todos los profesionales somos
responsables de generar riqueza, debemos desplegar valores y ser
coherentes en el proceso. Si nos pronunciamos de una manera, deberemos
comportarnos en consecuencia, en caso contrario, mejor ser prudente y
permanecer en silencio ya que el mensaje que lanzaremos o el
comportamiento que desplegaremos será demoledor contra nuestra persona y
por supuesto contra el entorno profesional. Cuando combinamos la
honestidad y la honradez, y las vivimos con autenticidad, de forma
coherente en nuestra forma de vivir, logramos ser íntegros. La
integridad es percibida de forma inmediata por nuestro entorno personal y
profesional.
La aceptación es otro
valor que conviene recordar. Aceptar al otro es comprender su situación y
características dentro del legítimo derecho que tiene de existir de la
manera en que existe. Podemos aceptar a alguien y a la vez no compartir
su perspectiva sobre un asunto, igual que cuando viajamos a cualquier
país con choque cultural aceptamos su cultura aunque no la compartamos.
En el momento en el que hay falta de aceptación del otro, entramos en
conflicto. Dentro de las empresas la falta de aceptación mezclada con
una dosis de ego dan como resultado el ya habitual mobbing. Cuando se produce mobbing entre países o culturas lo llamamos guerra.
La envidia nunca puede ser sana, siempre
será nociva. Normalmente o envidiamos o admiramos a alguien. Admirar a
alguien por una promoción es sano, tenerle envidia sana es envidiar. El reconocimiento debemos extenderlo a todas las personas con las que trabajamos y convivimos. En el reconocimiento va implícito el respeto,
otro valor que es necesario recuperar. Admirar y entregar
reconocimiento con respeto a un compañero al que, aunque no compartamos
sus perspectivas, aceptamos tal cual es, nos hace ser coherentes y
humildes, algo que bien podemos ejercitar a diario. Esto mismo pasa
cuando desplegamos lealtad, que es permanecer junto a una persona o causa con independencia del cambio de criterio o circunstancias vividas en el tiempo.
De todos nosotros y del tinte que le
demos a las relaciones con nuestros colaboradores, con nuestros equipos,
con nuestros clientes y con nuestros proveedores, depende que vuelvan
los valores. Si queremos apostar por ellos y recuperarlos, debemos tener
valor para comportarnos desde ellos, incorporándolos a nuestro día a
día profesional. Creo que es el momento de empezar a ofrecerlos de forma
sistemática.
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